¡Que ganas de ir a la guerra!
Ayer de paseo en una de las áreas vinícolas cercanas a Adelaida, salió en el carro la conversación sobre la lucha de los papás en hacer que sus hijos se coman todo lo del plato. El tema se me hizo muy propicio, porque mi mamá ya me había dicho que escribiera algo relacionado con ella, porque cada vez son más las personas de mi generación con niños chicos y para que me ayude a entender porque los papás son tan intensos a la hora de hacer comer a los hijos cosas que ni de adultos se comerían. En el carro los tres platillos diabólicos que se mencionaron, los cuales aún veinte años después nos siguen dando pesadillas son: jugo de calabaza, torta de espinaca y col de Bruselas y esto sin mencionar los traumas de la comida del colegio que en mi caso fue producido por la sopa de tomate, me tomo más de dos décadas poder superar ese trauma sin embargo el de la torta de espinaca aún no he podido.
Esta es mi posición: Si la mamá o el papá o quien sea que cocine sabe que el niño no se va a comer la maldita calabaza hervida (o cual sea el plato) entonces ¿por qué diablos lo siguen cocinando? Eso es mucha falta de plan, si cada vez que ese manjar venido del infierno es rechazado y es una lucha de dimensiones apocalípticas hacer que la pobre víctima lo consuma entonces ¿qué es la gana de tener semejante batalla? cocinen otra cosa y ya, asi el victimario no se tiene que aguantar el berrinche del inapetente y el inapetente no se tiene que sentar en la mesa por interminables horas hasta que logre engullir semejante potaje endemoniado. Que mi mamá me corrija si estoy mal pero según yo, comía de todo menos la horrible torta de espinaca, el jugo de tomate de árbol y el de maracuyá, entonces mi pregunta es, si eran solo estos alimentos ¿por qué no se podían cocinar otras cosas igual de nutritivas en su lugar? Otro ejemplo salió a colación en la conversación es si tres de los comensales definitivamente no pueden con el jugo de calabaza, no sería eso suficiente indicación de que algo anda mal en el arte culinario de tan estimado establecimiento.
La respuesta de mis opositores era que los papás tienen que darle a entender al niño que no siempre se consigue lo que se quiere, y que más o menos uno tiene que comer lo que preparen para todo el mundo, porque como mil veces las amadas mamás lo dicen la casa no es un hotel (o a quien no le dijeron esa trillada frase). Otro de los supuestos propósitos fue la idea de que forzando a los hijos se crean hábitos, pero ¿es esto verdad? Cuando pequeño me trataron de inculcar la lectura constantemente (al igual que la torta de espinaca) y la verdad es que solo vine a descubrir el placer de leer en la universidad, cuando chico ante tanta insistencia de leer la verdad me ranché como burrito sabanero y no me provocaba, así que no sé si la idea de forzar las cosas realmente funciona, no sé si sea también dependiendo de la personalidad del que está siendo forzado, pero sea lo que sea con calabaza, sin calabaza, con espinaca, sin espinaca al final resultamos adultos comunes y corrientes. Y es claro que nuestras mamás lo hacen con todo el amor del mundo pero ¿eran de verdad necesarias tantas guerras para hacerlo uno comer platos que muy seguramente ni ellas mismas se comerían si fueran forzadas? En el caso de Michelle, según cuenta ella, ni el perro de la casa se comía las coles de Bruselas que preparaba la mamá, señora ¿no era esto suficiente indicativo que de pronto había algo malo con esa receta? Yo diría que si, menos mal nunca me a tocado probarle las coles de bruselas a la mamá de Michelle y esperemos que nunca me toque. Pero ahí les queda a los nuevos padres para que piensen; uno, si vale la pena; dos, si les gustaba que sus papás los dejaran sembrados en la mesa del comedor mientras masticaban diez mil veces el mismo pedazo de carne para poderlo pasar (o tapándose la nariz para no sentir el peculiar sabor) y por último si no hay otras alternativas para la nutrición del hijo.
Con torta de espinaca o sin ella sigo queriendo igual a mi mamá, pero ¡que terquedad!.... Te amo mamá.
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